#sonrisasviajeras
MARIU SÁNCHEZ | Cuando era pequeña recuerdo que iba por la calle dándole los buenos días, tardes, noches acompañados de sonrisa a todo aquel con el que me cruzaba, lo conociese o no. Y eso me duró hasta que tomé conciencia de que nadie lo hacía a excepción de mi, y que para desear que alguien tuviese un “buen día”, ¡había que conocerlo! Recuerdo que en aquella época de maravillosa inocencia, que ojalá nunca se perdiera, me costó -y mucho- entender la dinámica de saludo que aún a fecha de hoy, se sigue teniendo en la parte del mundo de la que procedo.
Pero llego a Guatemala y… los buenos días, tardes, noches, los “que le vaya bien”, “que tenga un buen día” se multiplican y me dejan la boca seca de tanto repetirlos en mis paseos, descubriendo rincones y ciudades. Porque aquí todo el mundo te sonríe, te desea el mejor de los días, te mira sin recelo y con la curiosidad inocente de quien desea entablar conversación con quien les devuelva la sonrisa y las ganas de compartir, aprendiendo mutuamente de lo que cada uno tenga para aportar, en este cruce de culturas viajero en el que siempre se viven las mejores historias.
Guatemala es un país-sonrisa, la que te regalan a cada paso, y la tuya propia convertida en ‘uniforme viajero’ imprescindible para no desentonar con el sonriente entorno de tus días de ruta por el pequeño país en lo físico, e inmenso en lo importante.
Recuerdo que antes de emprender mi sueño viajero, muchos me advertían de los peligros de Guatemala aleccionados como estaban por las malas noticias del mundo, esas que van in crescendo en los noticiarios de dramas y guerras donde lo bueno no se cuenta en demasía. Y yo, hoy, después de dos semanas de ruta en el pequeño gran país, les doy la razón, les digo que sí, que lo es, que es peligroso, que es muy peligroso:
Peligroso fue aquel día, casi recién llegada a Guatemala, en el que me quedé en el Lago Atitlán sin dinero, sin posibilidad de sacarlo en los dos únicos cajeros de los pequeños pueblos que rodean el lago, sin datos, y sin posibilidad de llamar.
-Fue peligroso cuando el dueño del pequeño ciber quiso colaborar en aquella mañana de locura, no cobrándome mi tiempo de conexión, comprándome una botella de agua para calmar mi agitación y mi sed, ofreciéndome sus escasos quetzales, y su comprensión, y también su sonrisa que me daba paz.
También fue peligroso cuando el guarda de seguridad de aquel banco en el que no había solución a mis problemas monetarios, viendo mi angustia, intentó calmarme de todas las maneras inimaginables, ofreciéndome su ayuda desinteresada, y su hombro, y una nueva sonrisa medicina, la suya.
El peligro aumentó a la vez que mi hambre, cuando en aquel humilde comedor me ofrecieron un plato a mi medida y sin carne cobrándome tan solo lo poquito que podía pagar.
Y siguió aumentando cuando el chico del tuc-tuc se ofreció a llevarme gratis al pueblo de al lado a buscar solución a mi enorme problema, y más aún cuando el otro me trajo al pueblo donde me alojaba dejando pendiente el pago para el día siguiente, o para cuando fuese.
El colmo del peligro llegó cuando un contacto, amigo guatemalteco de mis redes sociales, al que jamás había visto en persona, se ofreció a pedir un código para que yo pudiese sacar sin tarjeta el poquito dinero que tenía en una de sus cuentas. Y luego ya nos arreglaríamos cuando yo llegase a su ciudad.
Esto no es ficción, esta no es una historia inventada, esto es realidad, esta es la realidad de Guatemala, la que omiten los medios, y ésta fue mi primera historia de ruta en Guatemala, quedarme sin nada en el lugar más recóndito, auténtico y hermoso de la Tierra, en el Lago Atitlán, lugar al que yo había llegado la noche anterior, cambiando en Panajachel mis últimos pesos mexicanos que sirvieron para cenar aquella primera noche después de mil horas de ruta desde San Cristóbal de las Casas, en México, y atravesando la frontera terrestre de La Mesilla.
Y a esta historia le siguieron y le siguen otras tantas, llenas de sonrisas, de conversaciones que no se olvidan, de amabilidad in extremis, de autenticidad, de compartir conmigo lo más valioso, su tiempo y sus tradiciones ancestrales mayas que aún siguen vigentes en pueblos no tan remotos de la bella Guatemala.
Hoy escribo desde la pequeña aldea de El Remate, un paraíso escondido y casi virgen de turismo, que se suele hospedar en la bella isla de Flores como base para visitar las famosas ruinas de Tikal. El Remate es un lugar de esos apenas descubiertos aún por el turismo, ¡donde no me importaría quedarme a vivir por siempre jamás! Aún me queda por descubrir un poquito más de Guatemala, uno de los países que más me ha impactado por su belleza, por su autenticidad, y por la amabilidad de sus gentes siempre dispuestos a ayudar y compartir, siempre sonrientes, siempre cercanos, siempre inolvidables.
¿Peligroso Guatemala? Peligroso más bien quedarte enganchado en este increíble país por opción ¡y por siempre jamás!