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Primera parada: México

Y mi sueño comenzó, el viajero. Y comenzó bien. Comenzó allí, en las nubes, en el avión, en ese vuelo eterno en el que, antes de llegar a destino comencé a viajar a través de ellas, de las sonrisas viajeras.

MARIU SÁNCHEZ | Allí en Tierra de nadie compartí mis barritas de chocolate, y mi compañera de asiento compartió su gran sonrisa, y también sus pacientes respuestas a mis cientos de preguntas sobre su México del alma que solté a la vez y sin respiro, como una ametralladora que dispara ganas de mundo. ¡Y por compartir que no quede!, compartimos cócteles, risas y una conversación fluida solamente entrecortada por alguna cabezada producida por mi cansancio y su cansancio, el fallero, que por algo eligió Valencia para estudiar durante esos meses previos a mi vuelo, y al suyo.

 

Porque si Latinoamérica fuese verbo sería ese mismo: compartir. Y así tenía que comenzar mi aventura, compartiendo. ¡Y cómo empezar de otra manera! Aquí locales y viajeros comparten, regalan, dan, en un alarde de generosidad que solo conoce el que lo vive, y el que se abre a la experiencia, sin miedo, con ganas, y eso sí, con sonrisa como moneda de cambio imprescindible ante todo lo que se recibe simplemente por llegar. Aquí. A la Latinoamérica que comparte y sonríe como seña de identidad de buen anfitrión que te recibe con todo por ofrecer y nada por reclamar, orgullosa de mostrarte todo lo que tiene para ti, que has llegado, que has obviado los comentarios negativos de la gente que aún no ha pisado la Tierra de la eterna sonrisa y de la inconmensurable generosidad.

 

Y si mi sueño comenzó compartiendo, continuó cuando aterricé en Cancún y me vino a recoger él, Menni, con su energía desbordante y su sonrisa perenne. Él me acogió en su preciosa casa y me ofreció todo lo que tenía con esa hospitalidad mexicana que a fecha de hoy continua in crescendo en unos y otros. ¡Maravilloso esto del couchsurfing!  Y es que creo que a la próxima crearé un álbum solo de sonrisas, que reflejen la buena vibra, la buena energía, la generosidad, la que siempre me encuentro, ¡y en este viaje no iba a ser menos!

 

Buena vibra como la de Ricardo y Claudia, que me invitaron una noche a su casa sin apenas conocerme allá en la preciosa Isla Mujeres junto con sus amigos artesanos argentinos, con los que entre unos y otros arreglamos el mundo en tan solo una noche de conversación intensa y hasta las tantas. Aquí os dejo una foto con ellos y otras de Isla Mujeres:

 

Buena energía como la de esa mamá que mandó a su pequeña hija corriendo un buen trecho para avisarme de que me había pasado el pequeño local por el que les había preguntado antes. La pequeña y su mamá me salvaron de perderme nuevamente en mi continuo despiste por aquellas calles iguales y tan desconocidas para mí.

 

Generosidad como el lugareño de mirada limpia ue se interesó por mi pelo rubio y también por mi procedencia en un humilde restaurante de esos en los que prima el “ser” por encima del “parecer” y, en una muestra evidente del altruismo del que siempre hablo, me ofreció de corazón probar su comida, comer de su plato. A mí que simplemente estaba en la mesa de al lado. A mí, que acababa de llegar. A mí que eché un simple vistazo curioso a su plato a rebosar.

 

Y más de todo con aquel taxista que me ayudó a buscar la casa de mis amigos, preocupado por no poderme llevar al lugar concreto que ni yo misma sabía, y preocupado porque él no veía a mis amigos en aquella calle llena de colorines y sin ninguna referencia en forma de números, esa que tan bien conocemos en la parte del mundo de la que provengo. Él me ayudó a preguntar y a encontrar. No me iba a dejar sola así porque sí en aquella calle que yo le había indicado. ¡Esas cosas no se hacen! Él me acompañaría hasta que los encontrase, ¡faltaría más! Y los encontramos, él y yo, él que iba preguntando en cada esquina si alguien conocía a mi amigo, el que vendía licores, y yo que intentaba escribirles sin éxito, por eso de las redes al ritmo del Caribe.

 

Y el remate de la generosidad en mi primera semana caribeña, lo viví en Playa del Carmen, allí mi anfitrión en Couchsurfing que había aceptado mi solicitud, no podía estar en casa los días que yo llegaba ¿Solución? Dejarme las llaves hasta que él llegase, y por si eso fuese poco, ofrecerme su cuarto en vez del sofá los días que él estuviese fuera, ¿a cambio de qué? ¡De nada! Dar por dar, sin recibir, por el hecho de dar. Amor por la vida. Y por los hermanos de ruta, así se llama.

 

 

Pero los españoles también sonríen, y viajan, y si no que se lo pregunten a los compañeros de ruta barceloneses que hice en Isla Mujeres en aquella noche eterna de conocernos, reconocernos y saber con certeza que un trocito de camino era para hacerlo todos juntos.

 

Ellos, y yo, y el argentino buena onda que las sincronías llevaron a nuestra misma habitación aquella noche en la que una sola nube cargada de lluvia caribeña lo privó de ver las estrellas en la playa como cada madrugada.

 

Próximamente os escribiré desde mi nuevo destino... ¡Saludos viajeros!

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