#turismosolidario

#sonrisasviajeras

¡Comienza el viaje!  

 

MARIU SÁNCHEZ | En aquella pequeña buseta entre eternas curvas y paisaje idílico, me enteré de que me dirigía hacia 'Tierras frías'. Yo con mi pantalón corto y mi mochila preparada para la calurosa primavera que había dejado atrás en Medellín. Llovía. Llovía sin parar. Y entre lluvia, verde y carretera a prueba de estómagos delicados, mi mente divagaba y se acordaba de Asturias, mi Tierra natal. La similitud era evidente. Incluso el tiempo.

 

El chico que ayudaba en el bus al conductor, sonreía y me hablaba en un parloteo constante que me distraía del mareo que estaba a punto de llegar entre curvas en aquella carretera tan infernal como bella. Durante las cuatro horas de trayecto no dejó de sonreír  ni un solo segundo, sonreía mientras hablaba, sonreía mientras compartía, sonreía mientras ayudaba a la gente, sonreía incluso las veces que estuvo a punto de trastabillar en aquel pasillo lleno de bultos. Sonreía y me contaba lo hermoso que era su pequeño pueblo, Jardín de Antioquía, ese hacia el que nos dirigíamos.

 

Llovía. Llovía en aquella primera tarde en que me incursioné por vez primera en aquel bellísimo pueblo tan lejos de todo y tan cerca de lo más auténtico. Llovía cuando entré a aquella oficina de información turística a pedir un mapa y hacer unas cuantas preguntas. Llovía mientras la simpática chica que atendía el local me explicaba con todo detalle qué, dónde y cómo. Llovía mientras que su amiga, que acababa de llegar me sonreía y poco a poco se iba uniendo a nuestra conversación. Llovía mientras entre las dos me armaron mi ruta por su pueblecito entre consejos, risas y más ayuda de la que imaginaba conseguir.  Llovía cuando aquella señora tan sonriente que pasaba por allí me invitó a pasear con ella por su pueblo, a conocer recovecos, a acompañarme al lugar donde se vendían los mejores dulces, a presentarme a sus amigos artesanos, a merendar.

 

Aquella tarde recorrí el precioso pueblo de Jardín con la mujer más sonriente de la Tierra. Aquella tarde conocí artesanos, dependientes, amigos, y taxistas tan sonrientes como ella, o incluso más. Aquella tarde mi nueva amiga de la sonrisa eterna me invitó a conocer su casa y a merendar juntas. Había comprado unos dulces para llevarle a su amiga de Medellín al día siguiente. Y me los ofreció. ¡Ya compraría más luego! ¡Una nueva amiga, es una nueva amiga!  Hoy recuerdo su nombre y recuerdo su sonrisa. Y recuerdo todo lo que me dio simplemente porque sí.

 

Y también me acuerdo de Andrés. Y de su sonrisa. Y de que me invitó a sentarme con él y con su primo aquella noche en la que yo paseaba disfrutando de uno de los pueblos más bonitos del eje cafetero. Cuatro horas. Fueron cuatro horas de risas, jugos, y familia sonriente que conocí aquel día. Y una cena. Andrés hizo pizza para toda su familia. Y también para mí que simplemente pasaba por ahí.  Recuerdo los deliciosos jugos de Andrés. Recuerdo su maravillosa familia. Y recuerdo aquella invitación a sentarme con ellos y compartir simplemente por pasar por allí. Y por tener tiempo. Y por tener ganas.

 

Y también recuerdo a Tati, que me limpió mis botas llenas de barro sin habérselo pedido como muestra de hospitalidad en aquella casa llena de todo lo bueno. Y a su  marido René que me hizo el mojito más delicioso que he tomado nunca, allá en un pueblecito de Cuba. Y que me invitó a acompañarle al lugar donde trabajaba para que viese las fabulosas vistas del Valle de Viñales. Y a Joan que me enseñó a bailar salsa. Y a su padre que me invitó a un mojito para acompañar las vueltas que Joan me hacía dar entre risas y tropezones.

 

Y cómo no acordarme de aquel chico de ojos negros que dejó su tiendecita en aquel precioso y laberíntico pueblo de Marruecos para acompañarme hasta la calle donde estaba mi Riad cuando me vio tan perdida que ni sus indicaciones me servían para “encontrarme” en aquel laberinto de callecitas iguales.

 

Éstas son parte de mis historias viajeras. Y estas son parte de las razones por las que siempre viajo sola. Por las que no tengo miedo. Porque el miedo impide, anula, desgasta y paraliza. Porque con miedo nunca hubiese vivido estos momentos que hoy pongo como ejemplo. Y todos los que están por llegar en mi gran Sueño Viajero. 

 

Y de aquel otro que me vio desolada cuando aquel policía se negó a darme las indicaciones en inglés para poder encontrar mi albergue y callejeó a mi lado hasta que encontramos aquella esquina que por mí misma jamás hubiese localizado.

 

Y recuerdo aquella chica que me regaló un trocito de su pan para mi comida. Y a aquel que me invitó a desayunar y me acompañó a recorrer la ciudad. Y al que me prestó dinero sin conocerme al no haber podido cambiar mis euros. Y a ese otro que se ofreció a acompañarme mientras esperaba a que llegasen los dueños de la casita donde me quedaría. Y me invitó a un café. Y unas cuantas risas. Y no me olvido de todas las sonrisas recibidas simplemente porque sí.Y de todo el amor que me regalaron de mil maneras diferentes.

 

Afirmo sin ningún género de duda que la bondad existe, está, es y se multiplica exponencialmente cuando tu confianza en la humanidad aumenta. Cito y hago mía esa frase del gran Facundo Cabral, que creo debiera filtrarse en todos los noticiarios de dramas y guerras que omiten la bondad del género humano por falta tal vez de morbo, quizá por considerarla aburrida o porque, efectivamente, abunda. Y lo que abunda, nunca es noticia. Aunque genere sonrisas y comidas en paz: “Una bomba hace más ruido que una caricia,pero por cada bomba que destruye, existen millones de caricias que construyen la vida”.

 

¡En breve emprendo mi aventura con billete sólo de ida!

 

Me voy sola. Me voy a recorrer Latinoamérica.

 

Voy a viajar a través de la gente. Voy a escribir sobre la bondad de quien me encuentre.

 

Y voy a vivir el sueño de mi vida. ¿Me acompañas?

 
Versión para imprimir | Mapa del sitio
©Cooperastur / Departamento de Comunicación: infocooperastur@gmail.com