¿Hay en activo algún proyecto más importante y relevante para el futuro del planeta que el de los Objetivos del Desarrollo Sostenible (ODS)? No.
Entonces, ¿por qué no colma las portadas de los periódicos o protagoniza las conversaciones en los chats familiares? Ante la responsabilidad de todos, la responsabilidad de nadie. Ante una serie de actividades que implican tanto esfuerzo de forma permanente, mejor lo de siempre, lo cómodo.
¿Si apenas podemos sortear la incertidumbre de llegar al final de la quincena, podemos a imaginar, siquiera, el mundo en 10 años?
El pasado 19 de agosto acudí a la plática que dio en el CIDE, Dan Ariely, reconocido profesor de psicología y ciencias del comportamiento. Dijo muchas frases. Me quedó con una: “Lo que es divertido no es valioso en el largo plazo”.
Se refería a los hábitos de la vida cotidiana que sabemos que nos van a servir en el futur pero en el presente, en el ahora, resultan engorrosos, pesados de digerir, imposibles de mantener a menos que programemos algunos truquitos que nos aporten incentivos para seguirlo haciendo.
Él lo hizo consigo mismo. Para un tratamiento biliar debía inyectarse un fármaco cuyos efectos secundarios se manifestaban con mareos y náuseas. No era algo crítico en ese momento de su vida así que podía descartar la inyección y los subsecuentes vómitos. Decidió continuar y para completar el tratamiento recurrió a uno de los entrenamientos cognitivos que estudia.
¿Qué hizo? Asoció el malestar con un premio, un regalo de él para él.
Para ponerse la inyección se iba a su casa y tan pronto la aguja entraba en su piel, encendía la televisión y empezaba a ver una película. ¿Las náuseas se acababan? No. Solo se hacían menos evidentes. La historia larga resumida es que empezó a relacionar el día de la inyección con algo que le generaba una ganancia, la sensación gratificante de ver una película. Completó el tratamiento mas que por voluntad porque se programó para continuar.
Los ODS, desde mi óptica, pueden compararse con la situación de Dan Ariely. ¿Si no hacemos lo que corresponde, nos vamos a morir de sed y hambre? ¿Se requiere intensificar las campañas de responsabilidad con el medio ambiente o respecto a la importancia de la educación para llegar al 2030 con la tarea completada?
Los ODS necesitan de las personas. Pero necesitan personas que estén programadas para cambiar su estilo de vida y sus hábitos. No un día, no dos meses, ni en el contexto políticamente correcto de un foro. Tampoco bastan, me temo, videos motivacionales. O por el contrario, reportajes ampliamente documentados sobre la erosión del suelo o la deforestación de las amazonas como premoniciones del apocalipsis para realmente cambiar el chip individual y colectivo.
Los ODS no son ni de chiste un proyecto divertido y además ponen la mira un poco lejos, en el 2030. ¿De nuevo, si apenas podemos lidiar con la gestión del dinero que recibimos por trabajar más de ocho horas al día, nos queda energía para involucrarnos en la equidad de género o la gestión del agua?
Los ODS son en esencia el índice de los problemas que ponen en serio predicamento al mundo como lo conocemos. No solo se trata de la anunciada catástrofe ambiental o de la indignante situación de niños desnutridos o mujeres vejadas. Que sí, claro, pero se necesita más. Los ODS tiene que intentar reprogramar las conductas heredadas, aprendidas y repetidas durante décadas.
Los ODS deben llegar al cerebro, deben impulsar nuevos estilos de vida, porque si seguimos viviendo como hasta ahora, las tentaciones seguirán rodeándonos, acorralándonos, limitando nuestra voluntad de hacer las cosas de forma diferente.
El proyecto del Museo Itinerante de los Objetivos del Desarrollo Sostenible. Se trata de una experiencia modesta en mobiliario, pero sustanciosa en mediación.
No aporta respuestas, sí cuestionamientos. Considera al concepto de museo como el pretexto para acercar a la gente, sobre todo a los jóvenes que están empezando a tomar las primeras decisiones de su vida, a autoevaluarse no como ciudadanos comprometidos, sino un paso antes, como personas llenas de dilemas y rutinas en las que, a través de un recorrido guiado y divertido de 10 minutos, puedan poner en la balanza (ellos mismos) el impacto de sus acciones.